Suena el teléfono una mañana de sábado, ese sonido incisivo y penetrante que se introduce por el conducto auditivo de Elena despertándola, se levanta lo más rápido que puede, ignorando su aspecto de recién levantada y se dirige hacia donde la lleva esa molesta melodía. Se produce el último toque cuando Elena descuelga.
- ¿Quién es?
- Soy César, creo que hasta no hace mucho era amigo tuyo, ¿se puede saber que te pasa?, ¿por qué ya no quedas?
- - Ah… César… hola, perdón pero es que he estado muy liada estos días, pero… ¿esta tarde te viene bien quedar?
- Claro, para eso te llamaba, ¿a las cinco en el parque de siempre?
- Está bien, luego nos vemos.
Y diciendo esto, Elena cuelga el teléfono y se va a la cocina a prepararse el desayuno, aprovechando que su madre está trabajando, se prepara tostadas con nocilla, esas que casi nunca la deja probar su madre, quien sabe porqué.
Elena no sabe si le apetece quedar con César, pero lo que si que es cierto es que nunca debes descuidar a los amigos y ella lo estaba haciendo, además le vendría bien para despejarse y dejar de pensar siempre en lo mismo.
Clara llegó a la hora de comer, ambas comieron despacio, charlando como solían hacer antes, y cuando Elena se quiso dar cuenta, ya eran casi las cinco. Se arregló un poco, cogió algo de dinero y a las cinco en punto se encontraba en aquel parque donde había vivido muchos momentos, era en ese parque donde jugaba de pequeña, donde se cayó la primera vez, donde aprendió a andar en bicicleta, también donde recibió su primer beso…
Mientras recordaba muchos de los momentos más importantes de su vida, alguien detrás le hablaba.
- ¡Hola! Cuánto tiempo, ¿dos besos no?
- ¡Si claro!, ¿qué tal?
- Bien, pero mejor que hablemos en un lugar que no haga tanto frío, ¿no crees?
- Vale, ¿vamos a esa cafetería de allí?
- Me parece bien, y nos tomamos un chocolate para entrar en calor
Durante toda la tarde hablaron de las miles de cosas que no se habían contado en los últimos días, se rieron recordando viejos momentos, y hasta hubo tiempo para acordarse de algún mal momento, que pronto olvidaban saboreando aquel magnífico chocolate.
Ya era tarde, y César acompañó a Elena a su portal, ambos habían pasado una tarde estupenda, y puede que fuera el calor del chocolate o simplemente la locura que invade a los adolescentes, lo que hizo que sus labios se juntaran y saborearan el dulce sabor de sus bocas. Cuando sus labios lograron separarse, se miraron a los ojos, sus miradas intentaban reflejar lo que acababa de ocurrir, no reflejaban brillo, sino desconcierto.
Al no poder articular ninguna frase coherente, Elena se subió a casa y César comenzó a caminar sin saber el lío en el que sus labios le habían metido.
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