martes, 15 de febrero de 2011

Clara llegó a casa al poco rato, y la situación que se encontró al abrir la puerta no fue muy agradable, Elena estaba sentada en el suelo, con la mirada perdida, se le habían acabado las lágrimas para seguir llorando. Clara corrió donde su hija, y la abrazó, preguntale una y otra vez el porqué de su tristeza, qué había pasado, eran tantas las preguntas que formulaba Clara, que a ninguna obtuvo respuesta. Así que simplemente se limitó a abrazarla.
Pasados unos minutos, Elena le contó a su madre, lo que había ocurrido, la muerte de su amigo, la ambulancia, que ella no pudo ir con él, que se sentía culpable, pero lo que no contó a su madre fue que ella sabía perfectamente quien había sido el asesino, aunque no le pusiese cara.
Clara cogió el coche y juntas fueron al hospital, pero cuando llegaron y preguntaron por él, les dieron la trágica noticia de su muerte. A Elena no le quedaban lágrimas, las había usado todas, no podía explicar la sensación que la recorría por dentro, había perdido a su amigo, y a pesar de lo ocurrido, un buen amigo.
Clara fue a dar el pésame a los familiares de César, mientras Elena se sentó en una de las sillas de la sala de espera, no tenía fuerzas para nada.
Esa noche, Elena apenas durmió y las pocas veces que pudo conciliar el sueño, una serie de pesadillas la invadían sin cesar.
Al día siguiente, se puso un pantalón negro, que a partir de ese día se dejaría de poner para siempre, una camisa negra también y su abrigo gris. Agarrada del brazo de su madre pudo llegar al lugar del entierro, la ceremonia era al aire libre, a su amigo nunca le habían gustado los espacios cerrados. Allí estaban todos sus amigos, y amigos de Elena también.
El sacerdote daba el sermón diciendo palabras que ninguno de los allí presentes entendíamos, porque nuestra mente se encontraba en otro lugar, con César.
Cuando acabó el entierro, Elena no aguantó más la presión, y salió del bullicio para adentrarse en el campo, la vendría bien desconectar, quería estar sola.
Se sentó en una piedra que a pesar de sus características, parecía cómoda, y se puso a pensar, a pensar en todos los momentos vividos con su amigo, en las discusiones, en las risas, y porqué no, en el beso.
De repente se oyó una voz.
  • Lo siento...
Elena no podía describir la sensación que la trasmitía esa voz, era una voz pura, una voz suave y musical, ese tipo de voces que cuando las oyes te sientes bien, te sientes a salvo.
  • ¿Quién eres?, preguntó Elena.
  • Ahora mismo no puedes verme, pero te juro que haré lo que sea para que puedas verme y amarme, tanto como yo a ti.
  • ¿Perdona?, ¿esto que es, un juego?, no tiene ninguna gracia, acabo de perder a mi amigo.
  • Lo de tu amigo tenía que ocurrir hazme caso, si no, hubiese ocurrido una tragedia.
  • ¡Ah! Ya sé quien eres, eres el asesino, tú lo hiciste.

Pero ya no obtuvo más respuesta, esa voz dulce y tierna, dejó de sonar, dejándola allí, sola con su tristeza y sin entender nada.

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